jueves, 15 de octubre de 2009

Esquina de una mujer



















El sonido me desnuda, me exalta, el tren no se detiene, las luces giran sobre las estrellas; hay una casa extraña en dónde me espera la que una noche me descubrió solitario, en medio de tanto vivo, y cambió sus labios y su sexo por mi cordura, pues desde entonces no capto el horario de los autobuses ni entiendo las señales de los policías ni las estudiadas maneras de la secretarias, no descifro el sonido de las máquinas
Ella me dio el silencio que se columpia en los labios, el fuego que habita en cada ser, el apremio que alquila habitaciones en hoteles baratos, el calor de los encuentros y su espacio, las luciérnagas de neón que copulan en las computadoras, los lagartos violetas reeflejados en las vidrieras de los bancos, la desesperación que cuaja y coagula el amor, el viento que galopa en el corcel negro del tiempo, el vacío que cabe en la palma de una mano; ella me descubrió la pasión y su inicio en los huesos del pubis, el ritual sagrado en el monte de venus y la descarga aleatoria de mi esperma, la sabiduría de la incertidumbre y su caos.
El miedo me descobija y me obliga a buscar sus omoplatos y su ternura ciega de vendedora de alucinógenos, de transúnte cotidiano de la miseria en estas calles frías a pesar de tanto neumático y tanto transeunte y tanta poderdumbre.
Ella, la de los ojos semicerrados por su miopía o su terquedad para mirar únicamente las cosas que le apetecen -con las que llena su estante de fantasías-, ella y sus prisas por desvanecer la soledad en su necia manía de sentir la vida por las líneas de sus manos, en las cuerdas de la guitarra, cuerdas de tripas de gato, de tripas-corazón para no morir, permanece en su ardiente cama de mármol, dónde recibe el escupitajo del metal en su concha de nácar, la lengua de los oráculos en sus pezones de tagua silvestre, mis manos ávidas en sus nalgas de gacela acústica.
Ella espera en medio de las nubes ácidas aprender los cálculos de los argonautas, los sueños de los herejes, las razones para alimentar los hilos del deseo, su carnada y su largo sedal.
Ella entiende la muerte pero no mi miedo....

2 comentarios:

Gatita dijo...

No debes tenerle miedo a la pasión...mas bien disfrutalo que asi se vive mejor...!!! besos mi querido...

moni dijo...

mmm...es que a veces poeta, es difícil entender aquello que nunca has sentido...aquello que te es tan nuevo...tan distinto a todo lo que conocías...tan atrayente y envolvente...tan dulce que te embriaga...que te lleva...que te pierde...que te mata...un beso

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